Con más del 98% escrutado y el 52,49% de los votos a su favor, el exbanquero Guillermo Lasso es el presidente electo de Ecuador. Atrás ha quedado su rival, el correísta Andrés Arauz, quien obtuvo el 47,51%. La de balotaje del domingo no fue una victoria fácil para el candidato de la alianza de Creando Oportunidades (CREO) con el Partido Social Cristiano (PSC), para quien el triunfo electoral había sido esquivo aun con mayor constancia y peripecias de las habituales para un político perdedor. No sólo había sido derrotado por el ‘socialismo del siglo XXI’ de Rafael Correa en los dos balotajes anteriores de 2013 y 2017, la primera vez en la persona del propio Correa y la segunda en la de su aparente e infiel seguidor Lenín Moreno. Sino que a partir de la primera vuelta del 7 de febrero había tenido que luchar para defender su posición de participante en el balotaje en una agria disputa por el segundo puesto contra el líder indígena Yaku Pérez, del partido Pachakutik, quien había denunciado una conjura racista de correístas y anticorreístas para cometer un fraude blanco contra los movimientos y poblaciones indios.
Pérez había denunciado la consumación en los amoríos oligárquicos entre Lasso -el candidato derechista que, a sus ojos, le había birlado el segundo puesto en la primera vuelta-, Arauz -líder actual de la Revolución Ciudadana que gobernó por una década (2007-2017) el país- y el exalcalde de Guayaquil y líder histórico del PSC Jaime Nebot -que apoya a Lasso-, unidos los tres para la estafa. Más allá, Pérez veía el sabotaje telepático que, desde Bélgica (donde sigue exiliado), ejercía el mismo Correa para que no triunfara la voluntad nacional, india y popular.
El complot indio contra el complot blanco demoró más de un mes, en el que la campaña habitual, entre el primero y el segundo candidato para el balotaje, se convirtió en una vistosa disputa entre un renuente y reticente Lasso contra un vocal y enardecido Pérez, que incluyó airadas pero no airosas marchas indias desde el Amazonas hasta la capital serrana Quito para abrazar, hay que decir que en vano, el edificio del Consejo Nacional Electoral (CNE). Finalmente, reconocido Lasso como segundo, y Pérez como tercero, el candidato de Pachakutik pidió a su electorado, que había obtenido en primera vuelta un 19% casi equivalente, sin serlo, al 19% y fracción de Lasso, que votara en blanco, como repudio antirracista, en el segundo turno. En parte fue obedecido, porque en la elección del domingo hubo un récord de 1,6 millones de votos nulos. Y en parte también fue desobedecido, pero esa desobediencia se distribuyó desparejamente entre Lasso y el economista Arauz, que en la primera vuelta había obtenido poco más del 37% del voto.
En un principio, pareció que el rival de Arauz fuera a ser Pérez, y por ello había moderado su discurso, para captar al electorado de Lasso. Cuando se estableció que Lasso sería su rival, esa estrategia le jugó en contra: ese electorado ya tenía su candidato natural y, si estaba habilitado para el balotaje, no iba a correr a votar a otro. Para los indecisos, el auténtico centro-derechista era Lasso, no un izquierdista movido al centro, aunque la campaña y la personalidad un tanto abúlicas de Arauz, a pesar de su fidelidad incontrovertible a Correa -nadie entrevió en él a un traidor como resultó ser Moreno-, pudieran hacer creer que ese desplazamiento retórico no le resultaba doloroso. El domingo, Arauz no pudo votar en Ecuador, porque su último domicilio electoral era en México, donde estaba cursando estudios de doctorado. Ahora que el ejercicio de la presidencia no los interrumpirá, el doctorando podrá, aparentemente, completarlos.
Ese mes de interregno entre segunda y tercera fuerza había demolido la creencia, preservada antes del 7 de febrero y a lo largo de una campaña de la que había sido a la vez el principal sostén argumentativo, en que había dos polos de atracción excluyente que organizaban el horizonte y le proveía previsibilidad. En ese período no fue automático que líderes, coaliciones, movimientos, partidos y electorados -niveles, a su vez, con variables grados de conexión entre sí según el caso, las regiones, los grupos- iban a alinearse contumaces para la segunda vuelta a un lado y otro del eje socialismo / neoliberalismo. Tampoco lo resultó después, y esa puesta entre paréntesis sirvió a Lasso, cuando cada electorado dio pruebas de que podía ser más lábil que cualquier automatismo, aunque lo fuese sólo para dotarse de automatismos diferentes a los que antes creyera suyos propios.
Por detrás, sin embargo, seguía obrando la grieta que los dedos índices de los dos candidatos que se sentían predestinados a reñirse la presidencia en la segunda vuelta no cesaron de señalar en el suelo ecuatoriano en la campaña para la primera vuelta que culminó en las elecciones del domingo 7, cuando la voluntad popular pareció desentenderse del zanjón que le señalaban.
Una vez que quedó tardía, pero finalmente en claro, que el balotaje sería Arauz vs Lasso, volvió a abrirse con vigor y atracción el mismo abismo que sólo por ilusión pudo parecer cancelado. Más aún, esa grieta había sido la base del discurso de la oposición correísta desde que el presidente saliente Lenín Moreno, después de triunfar en las elecciones de 2017 gracias al respaldo de Correa, diera vuelta las alianzas: el vencedor Moreno se alió con el perdedor Guillermo Lasso, adoptó una política económica ortodoxa, se endeudó con el FMI; se alejó de China y se acercó a EEUU, al punto de firmar una suerte de TLC bilateral si no unilateral.
No les pareció riesgoso a la coalición de izquierdas UNES de Arauz ni a la coalición de derechas CREO-PSC montar, como en la primera vuelta, dos campañas de formas simétricas entre sí, pero fondos repugnantes entre sí. La campaña del Miedo y la campaña de la Nostalgia. Para Guillermo Lasso, había que optar por la razón y la fe (de las que era el doble concesionario exclusivo) porque si no Ecuador, que ya había tenido bastante con ser el Ecuador de Correa, se iba a convertir, en Venezuela, conveniente espantajo sudamericano.
Para Rafael Correa, cuya imagen fotográfica en tamaño natural pegada y recortada en sus bordes sobre un soporte de cartón había acompañado en primera vuelta a Arauz por la costa y por la sierra hasta que se lo prohibieran, el electorado debía responder en esta elección del domingo una única pregunta, según lo había dicho en entrevista con el periodista Jimmy Jairala: ¿Qué prefieren, volver a los años en que crecieron con la Revolución Ciudadana, o repetir los años que sufrieron con Lenín Moreno? La nostalgia de un pasado mejor, sin embargo, no se impuso al fin contra el miedo a un futuro peor.
Según el analista político Osvaldo Moreno, el triunfo de la derecha neoliberal en lo político y conservadora en lo social que se impuso el domingo no fue el triunfo de las redes, fue el triunfo de la prensa tradicional, que hizo campaña por Lasso, que habló por él, que le hizo de atinada y omnipresente vocería, que reabrió con precisión quirúrgica y sanguinaria la herida sangrante de la grieta. Va a ser un problema, ahora cuando esté en el gobierno, añade Moreno, y tenga que hacerse cargo, sin auxilio de profesionales ventrílocuos, de la propia voz.
No será el único problema político, amén de los económicos que deberá enfrentar Lasso. Porque también él fue, ante el balotaje, corriéndose más y más hacia el centro, y haciendo más y más concesiones que, si lo acercaron al triunfo, lo alejaron aún más de una gobernabilidad que ya era distante con un Congreso en el que está en clara minoría, y en el que la única bancada que tiene algo semejante a una mayoría es la que preside Pierina Correa, hermana de Rafael, quien tuiteó que reconocía la victoria de Lasso, pero de ningún modo su derecho a seguir hostigándolo a él y a su familia por medio del lawfare.
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