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martes, 8 de noviembre de 2016

¿Cómo cambiaría al mundo una presidencia de Donald Trump?


En efecto, unos y otros vivimos hace poco los resultados sorpresivos de sendos plebiscitos que ni siquiera eran obligatorios, y ambos tenemos ahora que esperar, en medio de la incertidumbre, qué va a pasar con nuestros países: los súbditos de la reina, con la salida de la Unión Europea, y nosotros con un proceso de paz empantanado quién sabe hasta cuando. Ya no creemos en encuestas ni en la opinión de los expertos, y nos sentimos atrapados por uno de los principios de Peter: lo que puede ir mal, irá mal.

De ahí que estemos tan sensibles a las sorpresas de la democracia, y que miremos con angustia lo que está sucediendo al norte del continente americano. Porque esta vez la expectativa no es cualquier cosa: no se trata de unas elecciones comunes y corrientes, sino de unas que podrían cambiar el curso de la historia.

La posibilidad de que Donald Trump gane sigue vigente, a pesar del increíble volantín del director del FBI, que apenas dos días antes de los comicios resolvió aclarar que en realidad no había nada de nuevo en el tema de los correos electrónicos de Hillary Clinton cuando era secretaria de Estado. James Comey tal vez se vea obligado a renunciar, pero ya hizo el daño: si Trump ganara, ese oscuro funcionario republicano pasaría a la historia como el hombre que le dio el empujón decisivo, y su maniobra quedaría como la que desencadenó el comienzo del fin de la democracia en el mundo.

¿Exagerado? No tanto. Este señor nada como un pato, grazna como un pato, camina como un pato… Trump es la encarnación norteamericana del caudillo antipolítico, fascistoide y personalista capaz de hacer cualquier cosa con el poder, incluso echar abajo instituciones que nos parecen naturales e inamovibles. Su insistencia en que él y solo él puede "volver a hacer grande a Estados Unidos" habla por sí sola, así como sus amenazas a los medios y su anuncio de no respetar los resultados de las elecciones.

De ganar Trump, los norteamericanos habrían elegido al candidato que se atrevió a amenazar a su contrincante con enviarla a la cárcel, como si no existiera la separación de poderes, en una actitud digna más de un Rafael Trujillo que de un ocupante de la Casa Blanca. La comparación no es extrema: Trump no tuvo inconveniente en insinuar a los defensores de las armas que mataran a Hillary Clinton, y suele atacar a los jueces que no se pliegan a sus deseos. Y eso sin tener el poder todavía.

De ganar, Trump lo habría logrado no solo por su capacidad para mentir, sino por la disposición de su público a pasar por encima de esos detalles para idealizar su mensaje, más allá de la ausencia absoluta de cifras o datos que lo respalden.

Habría triunfado con la fórmula promesera clásica del populismo, apoyado por unos electores exasperados con su mala situación económica, listos a echarles la culpa a los otros (léase inmigrantes o tratados de libre comercio) y desencantados de una democracia de políticos corruptos que no parece resolver ninguno de sus problemas.

No pocos países están pasando por las mismas, y de ahí que ya los politólogos andan estudiando lo que parece ser una fuerte crisis de la democracia alrededor del mundo. Pero de ahí a que un personaje de esos alcances se apodere de la Casa Blanca, hay un salto cualitativo enorme.

Al igual, las prevenciones contra los migrantes, el odio contra los musulmanes, la reacción contra los avances sociales, la predilección por los muros para separar a las personas y tantas otras posiciones extremistas no son una novedad y existen por todas partes. Pero que el presidente del país más poderoso del mundo sea su abanderado, tendrá consecuencias en los cuatro puntos cardinales.

Porque además Trump cree que el calentamiento global es una conspiración china, que la Otan es una alianza obsoleta y costosa, que los mexicanos son violadores y que Japón y Corea del Sur deberían desarrollar armas atómicas. El peligro es real. Hay razones para estar angustiados.

Por eso, resulta muy pertinente preguntarse qué tanto podría pasar si el magnate neoyorquino consiguiera efectivamente adueñarse de la oficina oval. Ciertamente podría concretar algunas de sus promesas muy pronto, en otras podría encontrar dificultades y otras le resultarían imposibles. Pero su influencia iría mucho más allá de lo que tal vez él mismo se imagina. Estos son algunos de los temas de su campaña que marcarían su presidencia.

El muro

Una de las banderas de Trump ha sido desde el comienzo la construcción del muro en la frontera con México, y por eso los analistas piensan que no tiene alternativa. No es imposible construirlo, y de hecho ya existen vallas algunos tramos. El problema es que su "hermoso muro" tendría que ser tan alto como para hacer imposible escalarlo, y tan profundo como para que nadie haga un túnel por debajo.

Con esas especificaciones, la obra costaría entre 12.000 y 25.000 millones de dólares. Trump dice que lo pagarían los mexicanos, pero no se sabe bien cómo. El magnate dice que las platas saldrían de confiscar los envíos de dinero de los inmigrantes a sus familias, y de subir las tarifas de cruce de la frontera. Pero tal estrategia tendría que enfrentar obstáculos legales enormes, solo superables con un poder judicial capturado, algo inimaginable en Estados Unidos, al menos hasta el comienzo de la era de Trump.

Deportaciones

Trump prometió deportar en masa más de 11 millones de inmigrantes indocumentados. Como es obvio, se trata de una operación sin precedentes, si no contamos los desplazamientos masivos ordenados por Stalin en su momento. Trump tendría que multiplicar por seis el número de agentes del FBI especializados para que cazaran indocumentados en la fuente: fincas agrícolas, restaurantes, fábricas, casas de familia etcétera.

Y una vez capturados, tendría que alojarlos y alimentarlos antes de derrotarlos en juicio (de nuevo, según el poder judicial del que se trate)y enviarlos a casa en buses, barcos o aviones. Un estudio afirma que la cuenta podría llegar a 600.000 millones de dólares.

Una cifra de esas le hace hueco a cualquier economía, pero el daño es mayor cuando se añade la pérdida para la fuerza laboral del país, y que los inmigrantes mismos constituyen el mercado de muchas comunidades que no pueden darse el lujo de vivir sin ellos.

Los musulmanes

Son famosas sus afirmaciones en el sentido de que prohibiría indefinidamente la entrada a su país a los seguidores del Islam. Luego moderó su postura y la limitó a los países con antecedentes, que no colaboran con la lucha antiterrorista. Pero es un hecho que desde que comenzó a hacer sus comentarios han aumentado los actos de islamofobia y los ataques a mezquitas, en una tendencia que no para de crecer. Lo cual potencia a su vez el odio contra Estados Unidos en el Oriente Medio, y la idea de que Estados Unidos libra una guerra contra el Islam en todo el orbe.

La economía

La Unidad de Inteligencia de la revista The Economist, tradicionalmente de derecha, incluyó la victoria de Trump entre los 10 mayores riesgos para la economía mundial, con especial énfasis en los efectos para las naciones emergentes.

A nivel interno otorgaría a las empresas grandes recortes de impuestos, para volver a aplicar con fuerza la economía reaganiana del “trickle down”, por el cual la prosperidad de las corporaciones alcanza para que algo le “escurra” al ciudadano común. Lo malo es que eso nunca ha sido así en la vida real, por lo que solo serviría para, con el paso de los meses, exasperar aún más a esa masa descontenta que se aferró a Trump para que le devolviera la prosperidad perdida.

Y nivel externo tiene en la mira a China, la renegociación de la deuda y a los tratados de libre comercio de los que afirma que están mal negociados.

Trump es un hombre de negocios acostumbrado a lidiar a sus pares, a los contratistas de sus obras y al sistema financiero. Y aunque su desempeño no es nada satisfactorio (ha quebrado varias veces) está convencido de que al final todo se salva con una buena transacción.

Pero a nivel macroeconómico las cosas son a otro precio. Los expertos sostienen que solo mencionar la renegociación de la deuda haría que las empresas que miden el riesgo le bajara el grado de inversión a Estados Unidos, lo que produciría un éxodo de capitales de consecuencias insospechadas. Y afirman que una guerra de tarifas con China podría significar la pérdida de cuatro millones de puestos de trabajo en Estados Unidos.

Y la geopolítica

Trump, a diferencia de todos sus predecesores, carece por completo de experiencia en asuntos del Estado, y en varias entrevistas ha mostrado una absoluta ignorancia en temas internacionales. Además, como ha consignado en uno de sus libros, se precia de tomar las decisiones más trascendentales muy rápidamente y sin pensar demasiado, y considera la venganza y la desconfianza valores indispensables. Ese personaje tendría a su disposición, en todo momento, el maletín que contiene los mecanismos necesarios para desatar una guerra nuclear.

Y hablando de bombas atómicas, en más de una ocasión se ha preguntado porqué Estados Unidos no usa las suyas contra Estado Islámico, a tiempo que afirma que Corea del Sur y Japón tendrían que desarrollarlas para poder confrontar en igualdad de condiciones a la vecina del Norte y a China. Si por él fuera, el sistema de control de las armas nucleares, alcanzado tras años de negociaciones, tendría sus días aún más contados.

En este tema, el caso de Irán sería particularmente paradójico, pues denunciar el tratado por el cual ese país se comprometió a no seguir con su programa nuclear, sería un bocatto di cardinale para la línea dura de Teherán, que ve en ese tratado una señal de debilidad del país persa.

La retórica belicista de Trump les ha caído también como anillo al dedo a los activistas de Estado Islámico, que la han usado en sus campañas de reclutamiento, convencidos de que con Trump sí llegará la batalla decisiva prometida por el Corán, que dará paso al califato mundial.

Pero donde tal vez la posible victoria de Trump causa más temor es en Europa Oriental. En efecto, desde la campaña el magnate ha mostrado una extraña predilección por el presidente ruso, Vladimir Putin, a quien ha adornado con toda clase de elogios. Eso no pasaría de ser una anécdota si no fuera porque, al mismo tiempo, ha echado toda clase de pestes contra la Otan, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, que fue durante años el mecanismo militar de contención frente a la Unión Soviética.

En efecto, Trump negó en uno de los debates que Moscú estuviera detrás de las operaciones de hackeo que el FBI documentó como intentos por influenciar y deslegitimar las elecciones de Estados Unidos. E ignora, consciente o inconscientemente, las aspiraciones expansionistas de Putin, a pesar de que ya las demostró al tomarse Crimea.

Por eso planteó en su campaña que los países de la Otan que quieran la protección de Estados Unidos tendrían que poner lo suyo, y estar al día en sus cuotas, con lo que puso a su ejército a la altura de los mercenarios del siglo XVIII. Estonia, Lituania y Letonia, los países más ostensiblemente en la mira de Moscú, están muy nerviosos, junto con Polonia. Los movimientos del risueño Putin, que entre otras cosas posicionó armas nucleares en el vecino enclave de Kaliningrado, no les ayudan para nada.

En conclusión

La experiencia de los norteamericanos con la última presidencial definida por voto finish sirve para recordar hasta qué punto las elecciones en Estados Unidos influyen en el mundo. En 2000, la Corte Suprema puso en el poder a George W. Bush, cuya ineptitud palidece frente a la de Trump, y hasta el día de hoy se sienten los efectos de la invasión a Irak. Lanzada con mentiras y engaños, esa acción militar acabó de desestabilizar al medio oriente y hoy es considerada el germen de Estado Islámico.

Trump no es Bush. Es mucho peor. De ahí que los pronósticos de una presidencia suya sean aún más sombríos, al punto de que algunos temen que se abra una puerta a que el oscurantismo gobierne una sociedad norteamericana profundamente dividida. De ahí a la decadencia de la democracia no hay sino un paso.

Si la anterior afirmación suena extremista, es porque estamos acostumbrados a asumir que el orden establecido, basado en la estabilidad democrática, es un concepto natural e invariable. Pero es frágil: es un delicado equilibrio colectivo, una construcción que tomó siglos consolidar pero que es fácil destruir. Las tragedias del siglo XX lo confirman.

Por lo demás…

¿Y para Colombia? Sufrirá lo que le corresponde por estar en su categoría de país emergente, no porque esté en la agenda de Trump. Este país nunca ha estado en los temas de un candidato a la presidencia de Estados Unidos, y mucho menos en la de alguien que no tiene clara ni la relación con Rusia. Pero es posible deducir lo que pasaría, por ejemplo, en cuanto al apoyo de Washington al esfuerzo de paz en Colombia. Sobre todo si se tiene en cuenta que Trump lanzó en su campaña, con total desparpajo, la siguiente frase: “¡Amo la guerra!”

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Autor: Nelson Soria. Con la tecnología de Blogger.

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