Cualquiera que hubiera visto a un grupo de indígenas compartiendo
pescado asado en hojas de plátano en una aldea junto al río Iriri, en el
sur de Pará, jamás hubiera dicho que hace unas décadas muchos de los
ellos estaban en guerra.
Pero ahora han dejado de lado los
conflictos del pasado, que casi llevaron a uno de estos grupos al
exterminio, para luchar contra una amenaza mayor: las políticas de la
administración de Jair Bolsonaro para el Amazonas.
La lista de sus preocupaciones incluye los planes del gobierno para autorizar la minería en tierras indígenas y las prospecciones de las compañías y los madereros en sus territorios.
También la contaminación por pesticidas en los ríos locales.
Una
especie de Asamblea General de las Naciones Unidas de los pueblos
xinguanos del área se reunió recientemente en la aldea Kubenkokre, en la
tierra indígena Kayapós Menkragnoti.
A ella acudieron representantes de 14 grupos étnicos indígenas y cuatro reservas ribereñas de la cuenca de Xingú.
La región, que ocupa partes de los estados de Pará y Mato Grosso, es
una de las últimas partes preservadas de la Amazonía en su parte
oriental.
Sin embargo, los datos del boletín Sirad-X indican que la región perdió entre enero y junio de este año 68.900 hectáreas de bosque, el equivalente al área que ocupa Salvador de Bahía.
Ese boletín lo produce Rede Xingu +, la organización que planificó la asamblea y que reúne a 24 organizaciones ambientales e indígenas de la región.
Un enemigo común: el gobierno de Brasil
"Hoy
tenemos un solo enemigo, que es el gobierno brasileño, el presidente de
Brasil y las invasiones de personas no indígenas" en nuestras tierras,
dice a BBC News Brasil Mudjire Kayapó, uno de los líderes presentes en
la reunión.
"Tenemos diferencias internas, pero para luchar contra este gobierno, estamos unidos", dice.
La organización de la reunión implicó poner en marcha una logística compleja.
Los
representantes de los pueblos indígenas dejaron sus aldeas para ir a
las ciudades más cercanas, donde fueron recogidos por autobuses.
Los
debates tuvieron lugar en la casa principal, construida en el centro
del pueblo y rodeada por el resto de casas dispuestas en un gran
círculo.
Conocidas por sus delicadas pinturas corporales, las
mujeres de la aldea rara vez se presentan en la reunión y pasan sus días
entre los campos y sus hogares.
Misión de paz
El pueblo indígena más grande de Xingú, con alrededor de 12.000 miembros, son los kayapós.
Ellos
se encargaron de organizar el evento, la primera reunión de la Red
Xingu +, en una aldea indígena (las tres asambleas bienales anteriores
fueron en ciudades).
Al organizar la reunión, no solo querían hablar de la Amazonía. También querían sellar la paz con sus vecinos para siempre.
"No repetiremos el pasado. De ahora en adelante estaremos unidos", dijo Kadkure Kayapó, uno de los jefes de la aldea.
Con esto en mente, uno de los resultados del evento fue la creación de un consejo entre las organizaciones participantes para unificar las demandas y racionalizar su discurso político.
Los
kayapós también buscaron fortalecer las alianzas con otros grupos en un
momento en que incluso el propio pueblo está dividido.
En dos de las cuatro tierras indígenas del grupo étnico, algunos líderes han permitido el paso de los madereros y de los garimpeiros.
"Garimpeiros"
es la palabra portuguesa usada para denominar a los mineros a pequeña
escala que extraen este metal de manera ilegal.
La situación es más grave en la Tierra Indígena Kayapó, donde los ríos Fresco y Branco están contaminados con mercurio y desfigurados por balsas y retroexcavadoras usadas para explorar los minerales.
En julio, un informe mostró mediante imágenes satelitales el progreso de la minería en la región en lo que va de año.
Acoso de la minería
Para
Doto Takakire, uno de los anfitriones del evento, la propuesta del
gobierno de abrir a la minería las tierras indígenas ha hecho que los
mineros ilegales -los garimpeiros- se acerquen a los líderes indígenas, a los que ofrecen dinero a cambio de permiso para operar en los territorios.
La
minería ahora está prohibida en tierras indígenas, pero la legalización
de la actividad, que para el gobierno de Bolsonaro es una prioridad,
depende de la aprobación de una ley por parte del Congreso.
Otra
causa del aumento de la extracción ilegal de oro, según Takakire, fue el
menor número de las multas impuestas por el Ibama, el organismo responsable de combatir los delitos ambientales en tierras indígenas.
A mediados de agosto, el número de multas de la agencia cayó un 30% de media con respecto a los tres últimos años.
En una entrevista con la BBC, el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, dijo que la reducción de las multas no indica una menor intensidad en la lucha contra los delitos.
Según
Salles, el Ibama ha tratado de profundizar más en sus análisis para que
los infractores no puedan librarse de los cargos, priorizando la
calidad y no la cantidad de multas.
Divisiones entre ellos
Los líderes indígenas que están a favor de la minería no fueron invitados a la reunión.
Fue una decisión que fue cuestionada por algunos de los presentes.
"Aquí
solo tenemos parientes que luchan por el medio ambiente, por la tierra,
por el agua, pero no hay parientes que quieran agronegocios o minería
en las aldeas. ¿Simplemente debatiremos entre nosotros?", preguntó Oé
Kayapó, representante de la Asociación de Bosques Protegidos.
"¿Vamos a seguir luchando por la preservación del territorio mientras otros luchan por la minería ilegal y el arrendamiento de tierras? Eso nos debilita, no podemos continuar de esa manera", dijo.
Los organizadores dijeron que no se invitó a ninguno de los grupos disidentes para evitar conflictos.
Las propuestas legislativas en la Cámara de Representantes permitirían actividades agrícolas a gran escala en tierras indígenas.
Los
defensores de las iniciativas, que también están respaldadas por el
gobierno de Bolsonaro, dicen que las medidas buscan garantizar mejores
condiciones de vida para las comunidades.
Alternativas económicas
Pero
los indígenas temen que abran el camino al arrendamiento de sus tierras
para crear grandes extensiones de agricultura intensiva, lo que
amenazaría su medio de vida.
En la reunión, debatieron alternativas económicas a los agronegocios y a la minería.
Se
pusieron en común experiencias exitosas y las dificultades que tienen
quienes buscan generar ingresos sin talar el bosque, como la artesanía y
la recolección de frutas autóctonas.
El discurso que causó mayor conmoción fue el de Bepto Xikrin, el líder de la tierra indígena del pozo de Bacajá, en Pará.
Dijo que desde principios de año, alrededor de 400 garimpeiros y madereros operaban en el territorio.
Bepto aseguró que las comunidades estaban asustadas y no sabían cómo actuar.
De inmediato, dos jefes de los kayapós se levantaron y prometieron enviar guerreros para expulsar a los invasores, recibiendo aplausos de todos.
Otro momento simbólico fue la presentación, el último día, de canciones y bailes por parte de los invitados.
Para
la primera exhibición, los kayapós llamaron a representantes del pueblo
panará, uno de los grupos con los que más intensamente lucharon en el
pasado.
Con sus cuerpos pintados con jenipapo, cuatro panarás entonaron una canción y bailaron.
Los cálidos aplausos de los kayapós sugieren que las rivalidades entre los grupos podrían haber quedado atrás.
En
el informe en el que se determinó cuál era la tierra indígena Panará se
dice que el primer enfrentamiento entre los dos pueblos ocurrió en
1922, cuando los kayapós atacaron una aldea panará.
Flechas contra pistolas
Los panarás contraatacaron al año siguiente, alimentando un ciclo de represalias que duraría hasta 1968, cuando una masacre alteró el equilibrio de fuerzas en la región.
El antropólogo estadounidense Stephan Schwartzman, que vivía entre los panaranos, relató el episodio en un artículo de 1992.
Dice que antes del Gran Asalto de 1968, los kayapós ya habían estado
usando armas de fuego en la guerra contra los panaranos, quienes, aún
sin contacto con el mundo exterior, respondieron con flechas.
Ese año, dice Schwartzman, los kayapós "se propusieron reunir la mayor cantidad de armas y municiones posible".
Cuando los kayapós subieron por el río Iriri hasta el pueblo de Sonkanasan, de los panarás, incendiaron todas las casas y mataron a 26 personas.
Un sobreviviente describió la matanza al antropólogo.
"Todos
murieron, mi padre y mis tíos ... mataron a mi esposo ... mataron a mi
hermano mayor Peyati, mi hijo Yosuri, mi hermano Kyotiswa, mataron a mi
madre ... mataron a mi sobrino Nasu, que era un niño, mataron a Sotare,
que era un adulto, al viejo Kosu... Los Txurracam (kayapós) nos
masacraron, así que estoy enojado".
Los sobrevivientes abandonaron el pueblo y se internaron en el bosque.
Años después, otra tragedia golpeó a este grupo de indígenas cuando el territorio de los panará fue duvidido por la BR-163, una de las carreteras con las que la dictadura militar pretendía conectar la Amazonía con el resto del país.
Llega la gripe
Para evitar conflictos graves, el gobierno envió una misión a la región.
Los
intentos fallidos de contacto duraron varios años, hasta que, en 1972,
los trabajadores que construían la carretera se acercaron a la aldea de
Panara y una epidemia de gripe se extendió por toda la comunidad.
"Murió
tanta gente que los sobrevivientes no fueron lo suficientemente fuertes
como para enterrarlos, y los buitres se comieron a los muertos que se
pudrían en el suelo", dice Schwartzman.
En 1997, los panarás lograron regresar a una parte de su territorio original en uno de los márgenes de la BR-163.
Desde entonces, con la demarcación del área, la población del grupo se ha triplicado.
Alianza contra los blancos y Bolsonaro
Dos líderes panarás presentes en la reunión le dijeron a la BBC que los conflictos con los kayapós fueron superados.
"Matamos
al kayapó, el kayapó nos mató, peleamos con el kayabi, pero aún no
sabíamos lo que estaba sucediendo con los hombres blancos, aún no
sabíamos nada sobre esa amenaza", dice Sinku Panará en su idioma.
"Nos hemos reconciliado, nos hablamos de nuevo y ya no pelearemos. Porque hay un interés común, para que quienes no son indígenas no nos maten a todos", dice.
"Los otros presidentes estaban un poco más preocupados por nuestras tierras ... Este que ha llegado ahora (Bolsonaro), no está preocupado por eso, está preocupado por acabar con lo que tenemos y con la gente de aquí".
Sinku dice que está preocupado "por los árboles, el agua, los peces y
las personas no indígenas que quieren venir a nuestra tierra en busca
de estas cosas".
"No quiero que arruinen el agua con la minería, no quiero matar a los peces. Por eso vine aquí".
Otros líderes expresaron temores similares.
Los grupos que habitan áreas en la cuenca sur de Mato Grosso dijeron que temían la contaminación de los ríos por los pesticidas utilizados en las granjas vecinas.
"La soya se cultiva cerca de nuestro límite (territorial)", dice Winti Khisetje, uno de los líderes de la tierra indígena Wawi.
Explica
que en la comunidad ha habido un aumento de casos de gripe, fiebre y
picazón, lo que atribuye a los pesticidas aplicados en la región.
Al final del evento, cuando los kayapós convocaron a los otros participantes para grabar un video, una de las mujeres dudó.
Primero se quedó dentro de la casa de los hombres hasta que los nativos y otros ribereños la llamaron insistentemente.
Al
final, se unió al grupo e incluso acompañó el baile de kayapó en la
fiesta de clausura, que se prolongaría hasta altas horas de la noche.
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