Barack Obama se queda. Se va el presidente, que se despidió ayer con un emotivo discurso en Chicago, ante los veinte mil seguidores que abarrotaban su centro de convenciones. Pero el político tiene cuerda para rato. El «Yes we can, yes we did» («Sí se puede, sí lo hicimos») con el que cerró su encendida intervención, sonó menos definitivo que el «No me paro» que había proclamado muy pocos minutos antes. La anunciada despedida de mandato del primer presidente negro de la historia de Estados Unidos, que sólo podía producirse en el Chicago que le acogió en su juventud con los brazos abiertos, tuvo más sabor a mitin de candidato electoral que a despedida de un hombre de Estado que se retira a desempeñar labores benéficas. En el momento álgido de la noche, una abierta alusión a que «la democracia está amenazada» dio pie al propio Obama a plantear después la solución a todos aquellos estadounidenses que se dispone a recuperar ahora para la causa demócrata recién derrotada: «Seamos vigilantes, pero no miedosos», reclamó, antes de llamar a la «movilización, en lugar de quejarse de los políticos», en una afirmación que pareció reprimenda para quienes se habían quedado en casa el pasado 8 de noviembre y facilitado la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Alrededor de veinte mil almas, concentradas en el McCormick Place de la ciudad de los vientos, aplaudieron, corearon y celebraron el último discurso de uno de los mejores oradores que ha dado la política. Una intervención que fue de menos a más, y que terminó arrancando lágrimas a muchos de los presentes, especialmente en las primeras filas, donde su mujer y Primera Dama, Michelle, su hija pequeña, Malia, y el vicepresidente Biden y su esposa, Jill, citados expresamente por el presidente en el momento más emotivo de la intervención, compartieron grandes ovaciones con el homenajeado. Fue el momento previo a la recta final, para la que Obama había guardado sus reivindicaciones políticas y las alusiones a su sucesor, a quien sólo citó una vez desde el estrado, minutos antes, para proclamar su «compromiso» con el traspaso de poderes. Sin embargo, el presidente saliente volvió a demandar atención a esa mitad de Estados Unidos que se opone frontalmente a Donald Trump, cuando pidió «rechazar todos los intentos de romper lazos con el exterior y de separar a los estadounidenses».
La intervención de Barack Obama tampoco estuvo exenta esta vez de recursos a la alta política, la de las reflexiones de altura del profesor constitucionalista que se enroló en la política en 1997. Con un repetido recurso al «We the People», palabras casi mágicas que encabezan la Constitución estadounidense como imperioso recuerdo de que el poder y la democracia descansan en el pueblo, el presidente volvió a ilusionar a una parroquia que tan necesitada está de motivación, después de la última derrota electoral. Un recorrido teórico de defensa de los valores que culminó con su habitual toque de humanidad: «Las leyes no son suficientes. Deben cambiar los corazones».
Balance de gestión
Aunque serán los analistas y expertos, y en última instancia la historia misma, quienes juzguen sus ocho años de gestión en el Despacho Oval, el todavía inquilino de la Casa Blanca se permitió realizar un balance triunfalista, que encabezó con esta frase: «América está mejor ahora que cuando llegamos». Un plural maiestático que no aminoró la impresión de que Obama, al haer balance, se detenía más en el vaso medio vacío que en el vaso medio lleno. En su argumentación, el presidente puso por delante la recuperación económica, con la reducción de la tasa de paro «al mínimo conocido» y la disminución de la pobreza, y con ella, una recuperación de la clase media. Aunque también reconoció que «no es suficiente». Con la semilibertad que le otorgaba hallarse en sus últimos días de presidencia, Obama fue más humilde al reconocer que «queda mucho por hacer» y situó el listón en el objetivo de que «todo el mundo tenga una oportunidad económica».
Con el mismo desenfado, sin el peso de la púrpura que le obligaba hasta ahora a una mayor corrección política, el todavía presidente de Estados Unidos hurgó en la herida de las diferencias raciales que todavía atenazan al primer país del mundo, y a la evidencia de una «discriminación que está vinculada directamente con las necesidades económicas». Fue una de las afirmaciones más aplaudidas de la noche, en un Chicago que se desangra cada día acumulando en sus calles abusos policiales y delincuencia juvenil. Pese a lo cual, Obama se cuidó de insistir en una de las ideas que ha venido defendiendo en la recta final de su mandato, contraria a las expectativas creadas cuando aterrizó en la Casa Blanca: «La América posracial (la de la igualdad) no era realista».
A su incursión en la polémica racial le siguió otra no menor, la de la inmigración, que abordó también sin tapujos, ahora que la nueva Administración Trump amenaza con emprender una ofensiva contra los inmigrantes sin papeles. Partidario de invertir en los niños inmigrantes, Obama utilizó una frase descarnada para describir su aspiración, cuando llamó a atender a «estos niños de color café que, cada vez más, forman parte de nuestra fuerza laboral».
No sorprendió, pero sí parece relevante, que el presidente de Estados Unidos realizara varias alusiones a los riesgos de internet para la verdad, un debate que se ha colado en la agenda política y periodística nacional desde que la pasada campaña electoral superara todos los límites. Con una llamada a condenar «las noticias falsas y los debates vacíos», Obama previno del riesgo que para la sociedad suponen «las burbujas partidistas en las redes sociales». Advertencia que completó con una frase de la dimensión humana del mandatario que está a punto de emprender el camino de salida de la Casa Blanca: «Si estás cansado de discutir con desconocidos en internet, intenta hablar con alguna persona de la vida real».
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