El multímetro emite un pitido que dura tres segundos. Es un sonido agudo. Y es la forma de anunciar que ha medido la resistencia o la intensidad de una corriente eléctrica, entre otras cosas.
El problema es que el multímetro está siendo operado por una persona sorda. ¿Qué hace alguien que no puede escuchar pero trabaja con ese instrumento y es amante de la robótica?
Ese, el de los sonidos que producen varios aparatos eléctricos y electrónicos, es uno de los tantos obstáculos que han tenido que superar los integrantes del semillero de investigación en robótica de la Universidad ECCI, en Colombia, que hoy integra a 15 estudiantes sordos con 15 estudiantes oyentes.
“Un multímetro y un voltímetro fueron concebidos para personas que escuchan, no para personas que tienen problemas auditivos. Por eso tenemos que enseñarles a monitorear las medidas que realizan de otras maneras; a través de una pantalla, por ejemplo”.
El que habla es Tito Nuncira, ingeniero electrónico, profesor de la ECCI y director del semillero de investigación en robótica. “La electrónica está hecha de sonidos. Por eso estamos tratando de adaptar algunas de las máquinas que tenemos, para que las alertas puedan mostrarse de otra forma. Es un reto más, pero lo asumimos”.
Todos los sábados en la mañana, el profesor Tito se entrega a sus alumnos para que diseñen, construyan y operen robots que puedan utilizarse en distintas competencias (las de fútbol y sumo son las más populares), pero también para mejorar la calidad de vida de las personas.
El proyecto nació hace dos años -la ECCI es la universidad de Colombia con mayor número de estudiantes sordos (80) y tiene programas de pregrado exclusivos para ellos como ingenierías, diseño de modas, mercadeo y publicidad y gastronomía- y en ese periodo ha obtenido varios reconocimientos nacionales y algunos internacionales, como uno del Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE), el instituto de ingeniería y computación más grande del mundo.
El último de esos reconocimientos, y eso los tiene muy contentos, es una invitación para participar en la competencia All Japan Robot Sumo. El presidente de la organización, Takeshi Kanai, les pidió a Tito y sus muchachos que compitan en la categoría de 3 kilogramos.
En el mundo de la robótica, un sumo es un robot que lucha como cualquier luchador real y que debe detectar a un enemigo para vencerlo, sacándolo del área de juego. Los combates suelen durar 40 o 50 segundos y el sumo con el que piensan viajar a Japón -si consiguen la ayuda financiera que aún les hace falta- fue fabricado por ellos mismos, en el semillero de los sábados.
“Llegaremos a la semifinal, el 17 de diciembre. Y si nos va bien y ganamos, estaremos en la gran final al día siguiente”, explica el profesor. “Ha sido un trabajo durísimo. Empezamos siendo tres personas y ya somos casi 35, entre estudiantes y profesores de apoyo. Ahora todos desarrollamos prototipos electrónicos, seguidores de línea, robot soccer, sumos y minisumos... y vamos a torneos internacionales”, asegura con orgullo Tito, como le dicen de cariño todos los alumnos.
Pero más allá del aparato en sí, más allá de que puedan ganar la competencia, lo que importa para ellos es la labor social de inclusión que hacen. Es demostrar que las personas con discapacidad auditiva pueden ser tan buenas o incluso mejores en robótica y mecatrónica que las personas que oyen. Es demostrar que las barreras no existen.
“Ellos tienen toda la capacidad, los que a veces tenemos una limitación somos nosotros”, afirma Cristian Fernando Barbosa, profesor de electrónica de la universidad e intérprete de lenguaje de señas desde hace cinco años.
“Somos pioneros en Colombia y en Latinoamérica en unir a personas sordas y oyentes alrededor de un tema como este. Queremos demostrar que podemos hacer grandes cosas juntos y ofrecerles nuevas oportunidades académicas y laborales a estos jóvenes”, dice convencido Tito.
Aunque para hacerlo han tenido que superar varios obstáculos. El primero y más evidente, el de la comunicación entre todos los miembros del grupo.
¿En qué idioma piensan los sordos?
Óscar y Nicolás son sordos, estudian Tecnología Informática y se han convertido en los profesores de lenguaje de señas para los oyentes del grupo, desde el profesor Tito hasta los otros alumnos. En ese proceso, Cristian ha sido su mano derecha.
¿En qué idioma piensan los sordos? Quienes somos oyentes no solemos plantearnos esa pregunta, porque creemos que es obvio que sea en la lengua del país que habitan. En este caso, el español. Pero estamos equivocados.
Si se trata de personas que nacieron con esa discapacidad auditiva, no aprenderán un idioma oral sino gestual, de signos o señas. Que es un idioma como cualquier otro. Y que no es una adaptación de una lengua oral, en este caso, el español. Es independiente.
Más allá del debate de si las personas sordas deberían conocer el idioma oral del país en el que viven, pues parece evidente que así podrán desenvolverse mejor en el mundo de personas oyentes que los rodean, lo cierto es que el niño que nació sordo siempre va a pensar en lenguaje de señas, no en español, aunque más adelante aprenda ese idioma.
“Para ellos la segunda lengua es el español, entonces al ser segunda lengua hay cosas que se les dificultan, como a nosotros los oyentes cuando hablamos inglés, por ejemplo. Es todo un reto porque en lenguaje de señas no existen los conectores y los verbos se conjugan de una forma diferente”, explica el profesor Cristian.
Y si en general sucede que para una palabra en español no existe una seña, o viceversa, con el tema de la robótica el tema es mucho más complejo. “Claro, nos ha pasado que no encontramos la seña porque además manejamos términos muy técnicos y como no existen muchos antecedentes de personas sordas que hayan trabajado de manera tan intensa en esta área, no sabemos cómo traducirlo”, explica Cristian.
Por eso se inventaron una especie de diccionario virtual, que alimentan día a día y que cualquiera de los miembros del semillero de investigación, oyente o no oyente, puede consultar cuando lo necesite. “Partiendo del concepto, de su uso y aplicación, nos inventamos la seña. Y llegamos a un acuerdo sobre ella”, asegura el profesor e intérprete.
Osciloscopio y arduino son dos ejemplos.
Cuando el amor nace de la electrónica
María Velosa y Jairo Garcés son novios. Ninguno de los dos oye -aunque la condición de él, llamada hipoacusia, le permite escuchar algunos sonidos muy cercanos, como el golpe seco sobre una mesa, que ella ni siquiera percibe-. Para ellos no fue fácil, al principio, la interacción con sus compañeros oyentes. Pero ahora que todos aprenden lo que el otro no sabe -los que oyen el lenguaje de señas y los que no oyen el español-, se sienten realizados y se divierten muchísimo.
María Velasco (derecha) es sorda y estudia Diseño de Informática en la Universidad ECCI. Su profesor Tito Nuncira (centro) dirige el semillero de investigación en robótica que fue invitado a Japón.
“Compartimos bastante en este espacio y eso me gusta. Los prototipos los construimos entre todos y así aprendemos mucho”, cuenta María, estudiante de Diseño Informático, de 27 años.
Ella es la única persona no oyente de su familia. “Al principio, mi mamá no entendía porqué tenía que venir todos los sábados a la universidad. Pensaba que me habían castigado o algo parecido. Pero no, era por el semillero de robótica, era para aprender cosas nuevas, que no conocía”.
Ella es entradora, extrovertida. Él es tímido, muy nervioso. Estudia Ingeniería de Sistemas y tiene 21 años. “Lo que más me gusta de la robótica es la idea de integrarla con la parte humana y poder ayudar a las personas”, asegura. Y luego confiesa que sí, que le encantan los robot soccer porque le encanta el fútbol.
Además de los minisumos de 500 gramos y los sumos de 3 kilogramos, los miembros del semillero de investigación en robótica de la ECCI también se han vuelto expertos en robot soccer y en seguidores de línea.
Los primeros son robots que juegan fútbol y son operados por personas, en canchas verdes delimitadas con líneas blancas como las de la vida real. Los seguidores de línea son una especie de carritos electrónicos que deben, como su nombre lo indica, seguir una línea sin salirse de ella, mientras persiguen y alcanzan a otro seguidor de línea que hace el mismo recorrido. El que primero lo logre, como una carrera de persecución ciclística, se lleva el triunfo.
Los seguidores de línea de la ECCI son ciento por ciento construidos por los estudiantes, desde los sensores, hasta los motores, los microprocesadores y las ruedas.
“Este año no hemos parado. Cuando la universidad salió de vacaciones, los muchachos querían seguir viniendo los sábados para trabajar en sus prototipos y seguir aprendiendo”, explica el profesor Tito.
Se calcula que en Colombia hay unas 560.000 personas sordas, según el Instituto Nacional para Sordos (INSOR).
Pero esa no es una limitante. No es un problema. Los estudiantes de robótica del profe Tito lo demuestran todos los días.