La caldera de pasiones en que se ha convertido la política brasileña ha entrado en su punto máximo. Y en el centro de ese fuego, la figura que cataliza la exaltada división que se ha apoderado del país: el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Bajo una presión difícil de imaginar, el Tribunal Supremo del país deberá decidir este miércoles sobre el último recurso de Lula para frenar su inminente entrada en prisión.
Más de 5.000 jueces y fiscales presentan un manifiesto para pedir que se mantenga el criterio de que un condenado en segunda instancia, como es el caso de Lula, debe ingresar en prisión. De inmediato, 3.200 abogados replican con otro escrito en defensa de lo contrario. Las redes sociales parecen estar a punto de reventar. Los grupos de derecha convocan a la gente a salir a la calle –50 protestas se celebraron por todo el país en la noche de este martes- con un aviso: “Si tú no vas, él va a volver”. La izquierda responde que esos movimientos son la prueba de que el único objetivo es impedir un nuevo triunfo electoral de Lula en octubre y a su vez llama también a los suyos a manifestarse.
La campaña de presión, absolutamente explícita, sobre los jueces del Supremo no tiene precedentes. De ella participan hasta los colegas del poder judicial, como uno de los fiscales más activos en las investigaciones contra la corrupción y que acusó a Lula, Deltan Dallagnol, conocido por sus convicciones evangélicas. Dallagnol anunció en Twitter que se dedicará al “ayuno y la oración ” para “torcer [animar, en el sentido futbolístico] por el país” mientras el Supremo debate sobre el recurso del expresidente. Tanto ha ido subiendo la temperatura en los últimos días que la presidenta del máximo tribunal, Carmen Lúcia, en un gesto insólito, grabó un mensaje de televisión para pedir “serenidad” en medio de “estos tiempos de intolerancia e intransigencia contra personas e instituciones”. Pero ni el Ejército atendió su ruego. El comandante en jefe de las fuerzas armadas del país, Eduardo Villas-Boas, también aficionado al Twitter, envió el siguiente aviso en la noche de este martes: "Aseguro que el Ejército brasileño juzga compartir el anhelo de todos los ciudadanos de bien de repudio a la impunidad y de respeto a la Constitución, del mismo modo que se mantiene atento a sus misiones institucionales".
Tras su condena en segunda instancia a 12 años de prisión, acusado de ser sobornado por una constructora con un apartamento en la playa, la solicitud de habeas corpus de Lula que este miércoles examinará el Supremo es el último cartucho del expresidente para esquivar su ingreso en la cárcel. Lula, que viene de un accidentado recorrido por el sur del país, donde autobuses de su caravana llegaron a ser tiroteados, ha persistido en su presencia pública en los últimos días. Su discurso y su estrategia es erigirse, una vez más, en la voz de los más humildes y presentar el proceso judicial como un simple intento de acallarlo por parte de la elite del país. “No van encerrar mis pensamientos, no van a encerrar mis sueños”, proclamó el lunes en un acto ante 5.000 seguidores en Río de Janeiro. “Si no me dejan andar, andaré por vuestras piernas. Si no me dejan hablar, hablaré por vuestras bocas. Si mi corazón deja de latir, latirá en vuestros corazones”.
Mauro Paulino, director de Datafolha, uno de los institutos de opinión más prestigiosos del país, suele explicar que la figura de Lula divide al país en tres bloques: los que le aman incondicionalmente, los que le odian incondicionalmente y los que se mueven en el gris. Pero el ruido del combate entre los dos primeros es lo que acapara todo el escenario. Y todos parecen obsesionados con la imagen de Lula entrando en la cárcel. Para sus partidarios eso equivaldría a algo así como encarcelar la esencia del pueblo brasileño. Para sus detractores, que desde hace tres años pasean por todas las manifestaciones la imagen del expresidente vestido de presidiario, dejar a Lula libre equivaldría a acabar con la democracia. La decisión final queda este miércoles en manos de 11 magistrados del Supremo, muy divididos en sus opiniones y que resolverán el enredo en una votación que se prevé tan disputada como están los ánimos en el país.
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