La niebla lo cambió todo: era tan espesa, que los compañeros del soldado norcoreano no se dieron cuenta de su desaparición hasta mucho más tarde. Eso le evitó correr el mismo destino que su predecesor, Oh Chong-song, que el pasado 13 de noviembre recibió media docena de disparos en la espalda durante su huida y ahora lucha por recuperarse en un hospital de Seúl. El nuevo desertor, un recluta de 19 años cuya identidad todavía no ha sido revelada, emergió súbitamente de la bruma frente a un puesto de control en el sector surcoreano de la Zona Desmilitarizada, todavía portando su rifle kalashnikov.
Al descubrir su fuga, los guardias norcoreanos hicieron soltar todas las alarmas e iniciaron una agresiva búsqueda en la frontera. Los soldados del sur hicieron una veintena de disparos de advertencia; un rato después, escucharon ráfagas de ametralladora desde el Norte, pero las fuerzas armadas surcoreanas no han podido constatar que ninguna bala fuese disparada en su dirección. La fuga, en cualquier caso, es un nuevo golpe a la moral del ejército de Kim Jong-un.
En la Zona Desmilitarizada (ZDM), la cifra de deserciones se ha triplicado este año: el de hoy es el cuarto soldado que deserta en 2017, mientras que el año pasado solo lo hizo uno; del mismo modo, un total de 15 personas han escogido esta vía para huir de Corea del Norte, frente a las 5 de 2016. ¿Quiere esto decir que están aumentando el número de deserciones? En realidad, según el Ministerio de Reunificación de Corea del Sur, no es así: en 2016, 1.418 norcoreanos acabaron en el Sur; en septiembre de este año, la cifra era de apenas 881. En cualquier caso, el hecho de que cada vez más personas escojan la peligrosísima huida a través de la ZDM, en lugar de la tradicional a través de China, no deja de ser significativo.
Cada año, más de un millar de norcoreanos cruzan ilegalmente el río Tumen -en pasos escogidos poco profundos, en verano, o sobre su superficie congelada en invierno- y escapan a la provincia china de Jilin, de etnia mayoritariamente coreana, donde se benefician de la existencia de redes de apoyo que les ayudan a llegar a otros países -entre ellos Mongolia, Filipinas, Tailandia, Vietnam, Laos y Japón-, y de allí a Corea del Sur. En comparación, el cruce de la DMZ es casi suicida: 250 kilómetros de largo y 4 de profundidad, cercados con alambre de espino, estrechamente supervisados por patrullas y francotiradores, con medidas de vigilancia electrónica y fuertemente minados.
No obstante, el Gobierno chino, aliado de Pyongyang, no se muestra precisamente amistoso con los fugados: no los reconoce como refugiados sino como inmigrantes ilegales, y su forma rutinaria de tratarlos es la repatriación a Corea del Norte, donde quedan expuestos a represalias muy serias. A pesar de ello, unos 200.000 norcoreanos viven de forma clandestina en China. En los últimos meses, Pekín parece haber intensificado las medidas contra los desertores, deteniendo a decenas de ellos y fortificando la frontera. Esa parece ser la razón principal de que cada vez más gente esté optando por la ruta del sur.
Pero podría haber otras claves. En una reciente entrevista con El Confidencial, el experto Gianluca Spezza, investigador asociado en el Instituto Internacional de Estudios Coreanos en la Universidad de Lancashire Central y analista de asuntos norcoreanos, explicaba que si el goteo de deserciones de soldados se incrementaba podría ser “un signo” de que la situación en el país se está deteriorando seriamente, como predicen algunos observadores.
“A medida que las condiciones económicas empeoran debido a las duras sanciones económicas impuestas este verano, probablemente habrá un aumento de desertores, seguido por un declive abrupto a medida que Pyongyang toma duras represalias para limitar los flujos de salida de información al mundo exterior”, opina Harry Kazianis, directos de Estudios de Defensa en el conservador Centro para el Interés Nacional de Washington. “Muchos desertores me han dicho a menudo que nuevas rutas clandestinas de salida de personas se abrirán, pero sin embargo en unos pocos meses son clausuradas debido a los informantes. Es un juego constante del gato y el ratón”, ha dicho Kazianis a Fox News.
Estas deserciones, de hecho, se han convertido en un serio problema para Corea del Sur, a donde han huido más de 31.000 norcoreanos desde los años 90. Hasta la hambruna de esa época, su número era muy bajo, y el perfil de aquellos que huían solía ser el de altos oficiales del ejército, cuyo valor propagandístico era enorme. Pero desde entonces no solo se ha disparado la cifra, sino que ahora los fugados son a menudo trabajadores pobres
“Los desertores han sido usados por ambos bandos. Antaño, el Sur los recompensaba con riquezas y reconocimiento público, pero eso cambió cuando se inició el acercamiento al Norte a finales de los 90. Los desertores se han convertido en una especie de bochorno, y las políticas para ayudarles no se han adaptado al número y tipo de personas que llegan”, señala un informe del International Crisis Group de 2011 sobre esta cuestión, que apunta, además, a un enorme problema: “Los dos lados de la Zona Desmilitarizada se han separado tanto en economía, política, lenguaje y organización social que sus gentes son ahora extrañas entre sí”. De los 25.000 desertores en Corea del Sur, de hecho, aproximadamente un cuarto consideran seriamente la posibilidad de regresar.
Y eso pese a que las represalias son terribles, y los castigos pueden extenderse a familiares y a descendientes del fugado hasta tres generaciones. Lo que sea con tal de impedir nuevas huidas: a finales de noviembre, soldados norcoreanos cavaron trincheras y plantaron más árboles para dificultar el escape en la ZDM. Pero, como demuestra el caso de esta madrugada, ni siquiera el entorno más hostil puede impedir que alguna de las tentativas tenga éxito. Y mientras exista esa esperanza, habrá quien lo siga intentando.
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