Levantarse algo confuso, amodorrado y con pocas ganas de cháchara hasta después de una buena ducha o el reconfortante desayuno entra dentro de lo normal en un ser humano. ¿A quién no le ocurre? Casi es de superhéroe despertarse cada día como unas castañuelas. Este estado de aturdimiento se produce porque aún estamos en un estado de transición del sueño a la vigilia.
“Mientras dormimos, ciertas estructuras de nuestro cerebro dejan de funcionar y el despertar supone retomar la actividad de esas estructuras, que vuelven a ponerse en marcha. Ese proceso es progresivo y el periodo que tardamos en activar esas estructuras es lo que denominamos inercia del sueño”, explica Amanda Santana, neuropsicóloga del Instituto Superior de Estudios Psicológicos (Madrid).
Pero lo que no es normal es levantarse con malos humos todos los días. Hay algunas personas a las que, de forma habitual, la irritabilidad les dura más de lo normal y que consideran cada palabra que se les dirija un ataque. Pues bien, a esas personas con mal humor crónico mañanero les pasa algo. “Levantarse malhumorado es un síntoma de que algo no va bien. Puede que detrás se esconda un trastorno del sueño, pero lo más normal es que se produzca porque duermen poco y a la hora de despertarse el cerebro se estresa porque quiere más sueño, lo que genera mal humor. No se trata de dormir las siete u ocho reglamentarias, sino de dormir bien”, matiza el doctor Álex Ferré, médico especialista en trastornos del sueño.
Ya sabíamos que no dormir hace mella en nosotros. Un estudio realizado recientemente por la Universidad de Surrey (Reino Unido) y Lieja (Bélgica), publicado en la revista Science, lo corrobora de nuevo al escanear 33 cerebros de personas sanas y demostrar las dificultades de atención que se producen cuando se pasa un día sin dormir. Pero en su libro The secret world of sleep, la neurocientífica y profesora de la Universidad de Mánchester (Reino Unido) Penélope A. Lewis va más allá al explicar las consecuencias de los bajones de estado de ánimo mañaneros y cómo la percepción básica del mundo cambia sutilmente cuando estás cansado. “A las personas que se levantan sin haber descansado les cuesta adivinar los olores e incluso tienen dificultad para diferenciar los sabores ácidos. También pueden presentar pequeños problemas de audición y visión. La evidencia nos dice que el cansancio nos puede llevar a ver el mundo a través del filtro más pesimista. Por ejemplo, se es más propenso a percibir una expresión facial totalmente neutra como negativa y se tiende a no apreciar el sentido del humor. No está claro porqué ocurre esto, pero algunos estudios sugieren que la región específica del lóbulo frontal que normalmente filtra los sentimientos negativos se ve afectada por la falta de sueño”.
Mejor despertar poco a poco que de golpe
¿En qué consiste esa inercia del sueño de la que hablábamos antes? Cuando estamos dormidos nos encontramos en un estado de inconsciencia, desconectados del exterior y con nuestra reactividad a estímulos externos muy reducida. “La actividad bioeléctrica de la parte posterior de nuestra corteza cerebral en vigilia (cuando estamos despiertos) funciona a una frecuencia de entre 8 y 13 Hz, mientras que en el sueño profundo lo hace a una frecuencia de entre 0.5 y 2 Hz. Es decir, que nuestro cerebro funciona unas 7 veces más lento en sueño profundo que en vigilia. Por ello, es fácil deducir que la transición del sueño a la vigilia debe producirse de forma progresiva, pasando de la inconsciencia a la consciencia plena. En este proceso hay un intermedio en el que, siendo ya conscientes de nuestro entorno, nuestro cerebro aún sigue estando algo somnoliento, lento. Su duración e intensidad dependen de la fase de sueño desde la que se produce el despertar, del número de horas que hayamos dormido, de la parte de la noche en que nos despertemos, y de la existencia o no de una patología del sueño”, explica el doctor Fernando Ramos-Argüelles, neurofisiólogo de la Clínica Rotger (Palma de Mallorca).
Hay personas a las que el despertador —porque se acuestan demasiado tarde o se levantan demasiado temprano— sorprende a diario en la fase tres del sueño NREM (No REM), la del sueño profundo. A ellas no les pidas dinero prestado hasta bien entrada la mañana. “Un despertar desde el sueño profundo es muy duro, muy brusco, mientras que despertar desde la fase REM es siempre más placentero”, matiza el doctor Alex Ferré. Su colega el doctor Fernando Ramos-Arguelles lo corrobora: “Despertar desde el sueño profundo implica una gran desorientación y dificultad para recuperar el estado de alerta propio de la vigilia”.
“Saltarse algunas de estas fases del sueño, de manera puntual, no debe generar problemas, pero sí que lo hará cuando sistemáticamente nos las saltamos, provocando que nos cueste mucho más activar esas estructuras cerebrales previamente desenchufadas para poder dormir. Y los efectos pueden ser desde las alteraciones cognitivas, la falta de memoria, concentración, lentitud en la planificación, en la velocidad de pensamiento, irritabilidad y hasta depresión”, asegura Amanda Santana.
Personas vespertinas y matutinas
Todos tenemos un reloj biológico interno que nos identifica como búhos o alondras, como personas vespertinas o matutinas. Si eres de los primeros quiere decir que tienes problemillas para despertarte temprano, pero eres muy hábil a la hora de trabajar o estudiar de noche, mientras que las alondras tienen un gran estado de ánimo al amanecer. En realidad, no todos somos 100% vespertinos o matutinos, sino que la mayoría somos capaces de adaptar nuestro ritmo circadiano a las tareas que realizamos. “En general, si una persona tiene una cronología de tipo matutina, la inercia del sueño tendrá un periodo corto frente a aquellas que son más nocturnas, que tendrán que emplear más tiempo y esfuerzo en activar aquellas estructuras previamente desenchufadas durante el sueño”, asegura Amanda Santana. En consecuencia, los nocturnos se levantan de peor humor.
Pero justificar el cabreo matinal a que simplemente “somos así” tampoco es excusa: podemos controlarlo. “En general todos conocemos nuestra propia inercia del sueño, conocemos cuál es nuestra reacción ante la alarma del despertador. Hay personas que al primer sonido ya están en pie y otras, en cambio, tienen que programarlo para que vaya avisando cada 10 minutos porque ese es el tiempo de inercia que necesitan. Por ello, es importante establecer una buena higiene del sueño, establecer tu propia cronobiología (¿es vespertina o nocturna?) y respetarla en la medida que nuestra actividad o trabajo nos lo permita. Si hace falta puedes establecer los mecanismos de adaptación necesarios, como puede ser una siestecita reparadora, alargar el sueño los fines de semana o aprovechar los periodos vacacionales”, explica la neuropsicóloga Amanda Santana.
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