Desde que en el siglo XVI se introdujeron las armas de fuego en el campo de batalla, la revolución tecnológica militar ha dejado relativamente de lado al soldado de a pie, el sufrido miembro de la infantería. Es cierto que las armas actuales a su alcance son mucho más efectivas y contundentes que los mosquetes y arcabuces de avancarga, pero su papel en el combate no es muy diferente. Hoy, el soldado de infantería lleva un fusil de asalto y granadas (quizá con ayuda de un lanzagranadas) y es apoyado por ametralladoras y morteros de modo no muy diferente a como los alabarderos protegían a los arcabuceros o como los granaderos daban apoyo a los mosqueteros (con sus bayonetas) durante las guerras europeas de los siglos XVIII y XIX.
Los sucesivos avances en tecnología han hecho que el fusil automático sea mucho más preciso, las granadas mucho más letales y el apoyo cercano mucho más eficaz. La ametralladora, en particular, forzó importantes cambios en el despliegue y evolución de las tropas. Pero una serie de nuevas armas y sistemas se dispone a revolucionar el papel táctico, y la contundencia, del soldado de infantería, poniendo a su alcance nuevas formas de combate antes imposibles. La infantería del futuro será mucho más letal, y combatirá de un modo diferente al actual.
Desde hace décadas, existen en muchos países grandes programas para proporcionar al soldado de infantería capacidades cercanas a las de los trajes imaginados por Robert Heinlein en su novela 'Tropas del Espacio'. Sistemas de geoposicionamiento y sensores electrónicos integrados en visores añadidos al casco que le den al soldado su posición absoluta y en relación con sus compañeros y con el enemigo; trajes que le protejan de proyectiles y otras agresiones e incluso le proporcionen fuerza sobrehumana; elementos de puntería que mejoren su capacidad de alcanzar al enemigo incluso cuando este está a cubierto, y todo ello integrado en un sistema operativo y racional. Programas como el Future Force Warrior estadounidense, con su componente Land Warrior, o sus equivalentes inglés (FIST), alemán (IdZ), francés (Félin), ruso (Ratnik) o español (COMFUT), han presentado propuestas de novedosos uniformes, miras aumentadas, cascos con visores HUD o chalecos de protección antibalas, algunos de los cuales han sido probados en combate.
Pero todos estos sistemas tienen problemas: son caros, no del todo fiables y frágiles; además, añaden mucho peso al que acarrea el soldado, lo que limita su movilidad en combate, y crean problemas logísticos (baterías, repuestos). La tecnología avanzada todavía no ha permitido crear chalecos antibalas ligeros, flexibles y capaces de detener un proyectil de fusil de asalto, y los exoesqueletos robotizados todavía no son lo bastante operativos y tienen baterías que duran muy poco. Estos grandes programas resultan útiles para hacer avanzar la investigación; por ejemplo, el blindaje personal Interceptor surgió del programa Land Warrior, pero en conjunto acaban siendo demasiado ambiciosos y fracasan en su intento de integrar todas las tecnologías a la vez.
En cambio, hay programas mucho menos ambiciosos pero que ya están teniendo un impacto real en el campo de batalla, ayudando a los soldados a resolver problemas tácticos en condiciones reales de combate. Algunos de ellos ofrecen la posibilidad de revolucionar el uso de la infantería en la guerra futura al aumentar enormemente la letalidad del soldado y proporcionarle capacidades verdaderamente nuevas, o al eliminar de su responsabilidad tareas repetitivas o físicamente agotadoras.
Mejor ver
Todo soldado de infantería quiere ver lo que hay al otro lado de la colina, porque su vida depende de ello. Conocer la disposición del enemigo, saber si dispone de armas pesadas, de cuáles y dónde, son asuntos literalmente de vida o muerte para quien camina para luchar. Por eso la introducción de nuevos tipos de sensores y plataformas para que el soldado de vanguardia pueda transportarlos, operarlos y recibir sus datos en tiempo real supone una diferencia vital para la efectividad de la infantería. Plataformas de sensores como los estadounidenses RQ-11 Raven, el RQ-20 Puma o el diminuto Wasp III son aviones teledirigidos lanzados a mano capaces de navegar por sí mismos y de enviar imágenes ópticas e infrarrojas a estaciones de control en primera línea, por lo que permiten mejorar la información de que disponen incluso las unidades más pequeñas. Algo de especial interés en áreas de terreno abrupto, o en combate urbano.
El problema de este tipo de aparatos teledirigidos es que permiten ver lo que hay, pero no atacarlo; se trata de poco más que aviones de aeromodelismo que son incapaces de llevar incluso los misiles más pequeños del arsenal EE UU. Para resolver este problema, las fuerzas especiales solicitaron al fabricante del Puma y del Raven un nuevo modelo que se acabó denominando Switchblade. Se trata de un avión teledirigido diseñado para ser transportado dentro de un macuto estándar, plegado dentro de un tubo; pesa apenas 2,7 kg y desplegado mide 61 cm de largo. Además de un sistema de control de vuelo GPS capaz de dirigir el aparato a unas coordenadas concretas y de una cámara en color, el Switchblade lleva una cabeza de combate equivalente a una granada de 40 mm diseñada para minimizar los daños colaterales: esto significa que el aparato no se limita a mirar, sino que puede atacar al enemigo actuando como kamikaze. Los Marines han demostrado que es posible lanzarlo incluso desde un convertiplano MV-22 Osprey en vuelo.
El Switchblade no se considera un aparato espía, sino una munición con capacidad de acecho, aunque su autonomía es muy escasa: apenas 10 minutos, ya que lleva un motor eléctrico. Se han diseñado versiones solares de modelos solo de vigilancia como el Puma o el Raven con autonomía de horas, aunque las limitaciones de peso siempre serán importantes. En todo caso, la mejora en el control de la situación de la infantería y la posibilidad de una limitada capacidad de ataque sin exponerse a fuego enemigo mejoran sustancialmente la situación del soldado de a pie. Estos micro-UAVs han sido probados en condiciones de combate en Irak y Afganistán, y algunos de ellos (Raven, Wasp III) han sido exportados a ejércitos como el español. Otros países disponen de sistemas comparables como los ZALA 421-08 y ZALA 421-12 rusos, el Skylite y la familia Bird-Eye israelíes, el Bayraktar turco.
Otros tipos de sensores llegarán también pronto al campo de batalla, como los equivalentes militares de los sistemas de detección de disparos que ya emplean determinadas fuerzas policiales estadounidenses. Estos sistemas son capaces de localizar el origen de un disparo antes de que la bala llegue a su destino, pero los actuales son pesados y necesitan ser fijos o instalarse en vehículos; están en desarrollo versiones portátiles. También en desarrollo están las contrapartes militares de los sistemas radáricos que permiten visualizar personas a través de un muro, o nuevos sistemas biométricos de identificación individual incluso a distancia. En todos los programas del tipo 'soldado futuro' se incluyen también sensores personales para los soldados propios que puedan facilitar sus datos biométricos en tiempo real a sus camaradas y superiores, para asistir en caso de resultar heridos. Las versiones militares de las pulseras tipo FitBit no tardarán mucho en estar en los campos de batalla.
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