Se conoce como “fenómenos del lecho de muerte” a todas las extrañas ensoñaciones que experimentan las personas en sus últimos meses de vida
“Estaba acostada en la cama y la gente caminaba lentamente a mi alrededor. No conocía a las personas que estaban a mi derecha, pero todos fueron muy amables y tocaban mi brazo y mi mano cuando pasaban cerca. En el otro lado había gente que conocía. Estaban mi madre y mi padre, mi tío. Todo el mundo que conocía que había muerto estaba allí. Los únicos que faltaban eran mi marido y mi perro, pero sabía que iba verlos”
Este fue el sueño que Jeanne Faber, de 75 años, compartió con los investigadores delPalliative Care Institute meses antes de su muerte por cáncer de ovario. Un relato que encaja con muchas de las “visiones” que los moribundos tienen antes de dejar esta vida, y que se agrupan bajo lo que se conoce como “fenómenos del lecho de muerte”.
Estos sueños, visiones y/o alucinaciones aparecen en los meses, semanas y días previos a la muerte de una persona y se intensifican cuando se acerca ésta. No deben confundirse con las conocidas como Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) que ocurren, supuestamente, cuando una persona es declarada clínicamente muerta, aunque comparten con éstas ciertastemáticas comunes.
Como explica Jan Hoffman en un interesante artículo de 'The New York Times', no hay nada de nuevo en los “fenómenos del lecho de muerte”, que aparecen en textos medievales, pinturas renacentistas, en las obras de teatro de Shakespeare o en las novelas de Dickens, que estaba bastante interesado en el asunto.
En los 60 y 70 fueron un tema recurrente de las investigaciones parapsicológicas, que vinculaban la experiencia con la demostración de la existencia de una realidad paralela, pero la literatura médica nunca le ha prestado demasiada atención. Algo que, al igual que en lo relativo a las ECM, parece estar cambiando.
Sentimientos de amor y culpa
Un grupo de investigadores encabezados por el doctor Christopher W. Kerr, que trabaja en la unidad de cuidados paliativos del Hospice Buffalo, entrevistó a 59 pacientes moribundos para conocer a fondo el tipo de sueños y visiones que tuvieron antes de fallecer. Todos ellos informaron de algún tipo de ensoñación especial, especialmente vívida, incluso aquellas personas que, generalmente, no solían recordar los sueños.
El estudio, publicado en 'The Journal of Palliative Medicine', constata que los “fenómenos del lecho de muerte” cumplen una serie de características comunes. En su mayoría se trata de sueños reconfortantes, que encajan en un puñado de categorías concretas: encuentros con personas ya fallecidas, seres queridos “esperando”, resolución de asuntos pendientes y preparativos para un viaje. El amor y el perdón son temáticas recurrentes, y muchos de los moribundos son tranquilizados por haber sido buenos padres, hijos o trabajadores.
Por desgracia, no todas las experiencias son reconfortantes. Cerca del 20% de los participantes en el estudio sufrieron ensoñaciones desagradables, por lo general viejos traumas que resurgían con intensidad al final de sus vidas.
Uno de los enfermos que compartió su historia explicó que había soñado varías veces con el desembarco de Normandía al que había sobrevivido en la II Guerra Mundial. “No había otra cosa alrededor mío que soldados muertos”, aseguró. En uno de los sueños, no obstante, un cadáver se acercó a él y le dijo: “Van a venir a buscarte la semana que viene”. Poco después soñó que le entregaban los papeles de baja, algo que aseguró resultó muy reconfortante. Murió durmiendo dos días después.
En busca de una explicación
Aunque los investigadores reconocen que el estudio científico de estos fenómenos está en pañales, han tratado de ofrecer algunas explicaciones para ayudar a que las experiencias sean reconocidas por los doctores más escépticos. “El gran objetivo de este trabajo es ayudar a los pacientes a sentirse más normales y menos solos durante esta inusual experiencia de muerte”, ha explicado a 'The New York Times' el doctor Timothy E. Quill, experto en medicina paliativa de la Universidad de Rochester, que también ha participado en el estudio. “Cuanto mejor podamos explicar estos sueños y visiones, más ayuda podremos ofrecer”.
En estudios anteriores, el neurocientífico Tore Nielsen, director del Dream and Nightmare Laboratory de la Universidad de Montreal, ha sugerido que los sueños de los moribundos expresan emociones que se han ido acumulando a lo largo de la vida y que resurgen con fuerza al final de ésta. “La motivación y la presión de estos sueños provienen del miedo y la incertidumbre. Los soñadores están, literalmente, ayudándose a sí mismos a salir de una situación difícil”, apunta. Esto explicaría por qué el fenómeno se intensifica a medida que se acerca la muerte.
Más complicado es aventurar por qué estos sueños, al margen de su contenido, son vividos casi como si fueran experiencias reales. La explicación aparentemente más lógica es que muchos enfermos sufren delirios, que pueden afectar hasta el 85% de las personas hospitalizadas en las últimos días de vida.
En un estado de delirio –provocado por la fiebre, las metástasis cerebrales o los cambios en la química corporal propios de los pacientes terminales–, los ritmos circadianos están muy desordenados, por lo que el paciente no sabe si está despierto o soñando. Su cognición está alterada. En opinión de investigadores como Ronald K. Siegel, los episodios descritos por los enfermos son, de hecho, muy parecidos a las alucinaciones que provocan las drogas psicotrópicas.
Los investigadores del Palliative Care Institute creen, no obstante, que los sueños de los moribundos no son por definición productos del delirio. Las personas en este estado no pueden mantener conversaciones y mucho menos ofrecer una narrativa coherente y organizada, que es común en el fenómeno.
¿Delirios o visiones?
Más extraños son los casos en los que los pacientes aseguran “soñar despiertos”, tener “visiones” o, peor aún, ver a familiares o amigos fallecidos colgar del techo o las esquinas, una experiencia que se repite en muchos pacientes terminales.
Donna Brennan, una enfermera del centro de cuidados paliativos de Buffalo donde se realizó la investigación, explicó a los investigadores que un día estaba charlando con una paciente de 92 años con insuficiencia cardíaca congestiva que, de repente, miró hacía la puerta y dijo: “Sólo un minuto, que estoy hablando con la enfermera”. Cuando Brennan le dijo que no había nadie, la señora sonrío y le dijo que era la tía Janiece (su hermana fallecida) y señalo un cojín del sofá, mostrando a la visita dónde podía sentarse.
La enfermera describió el episodio como una “alucinación”, pero el doctor Kerr y sus colegas prefieren el término “visión”. En su opinión, si calificamos estos fenómenos como fantasías propias del delirio los vaciamos de significado, viéndolos como algo peligroso y perdiendo la oportunidad de ayudar a los pacientes en su tránsito.
En opinión del doctor Willliam Breitbart, jefe de psiquiatría del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, “estos sueños o visiones pueden ser interpretadas por los miembros de la familia como algo reconfortante, un vínculo con el legado de sus ancestros. Pero si la gente no cree en ello, puede ser angustioso”.
Cuando un hijo cree que su madre está agonizando y ve gente muerta, lo más normal es que piense que está sufriendo y pida a los médicos que hagan algo al respecto. Basta administrar fármacos antipsicóticos o ansiolíticos para acabar con estas experiencias. Pero si ver gente muerta es algo habitual ¿deberíamos apartar a los enfermos de un fenómeno que, en la mayoría de los casos, parece ser más un alivio que una carga?
En opinión del doctor Quill nadie debe obligar a los pacientes a experimentar estos fenómenos si resultan desagradables –algo habitual entre muchos cuidadores religiosos que consideran que son importes experiencias espirituales que no deben ser perturbadas–, pero no hay nada malo en dejar que se manifiesten si no lo son: “Nuestro trabajo es servir de testigos, explorar y disminuir su soledad. Si la experiencia es benigna y rica en contenido, deberíamos dejar que continúe. Pero si abre viejas heridas, deberíamos pedir ayuda real –de un psicólogo o un sacerdote– ya que en este terreno los médicos no sabemos qué estamos haciendo”.
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