Kim Jong-Un amenaza con demostrar su fuerza nuclear en respuesta a la llegada de buques de guerra americanos a la península de Corea. ¿Farol o amenaza seria?
La paciencia de Donald Trump no es la de Barack Obama, y la dictadura norcoreana parece haber captado el mensaje alto, claro y sin interferencias después de que el hiperactivo presidente estadounidense ordenara hace unos días el bombardeo de una base del régimen sirio y, pocas horas después, el envío de un grupo de ataque, encabezado por el portaaviones USS Carl Vinson, al Pacífico occidental.
Traducido al lenguaje militar, esos cuatro buques de guerra que ahora se dirigen a la península de Corea –el Carl Vinson, dos destructores, un crucero de misiles y un número indeterminado de submarinos– son sólo una advertencia contra el programa nuclear de la única dictadura estalinista hereditaria que queda sobre el planeta Tierra. Pero una advertencia lo suficientemente contundente como para que las diplomacias china, surcoreana y estadounidense se hayan puesto a trabajar a toda máquina para evitar lo que podría convertirse en cualquier momento en un conflicto de consecuencias imprevisibles.
El lenguaje diplomático norcoreano es casi tan peculiar como el culto al líder impuesto por Kim Jong-un, y parece inspirarse en el de Mohammed Saeed al-Sahaf, más conocido como Baghdad Bob, el rocambolesco ministro de información iraquí que en 2003, y con los tanques americanos aparcados en las orillas del Tigris apuntando hacia la capital, afirmaba que los soldados americanos estaban siendo masacrados a miles.
Pero el estilo bravucón e hiperbólico del susceptible régimen norcoreano no oculta que Kim Jong-un dispone de armas nucleares, y que estas, aunque primitivas y no demasiado precisas, podrían ser lanzadas en cualquier momento sobre la capital de su enemigo del sur, Seúl, o incluso sobre buques americanos. “Los portaaviones de propulsión nuclear y el resto de activos estratégicos de los imperialistas estadounidenses están al alcance de los ataques ultraprecisos del Ejército Popular de Corea”, dijo hace un mes un portavoz del régimen con un lenguaje más propio de un villano de película de superhéroes de la Marvel que de un diplomático al uso.
“Si Estados Unidos se atreve a optar por una acción militar, apostando por un ataque preventivo o eliminando el Cuartel General, la República Democrática Popular de Corea está lista para reaccionar a todo tipo de guerra que deseen”, ha añadido hace apenas unas horas el ministerio de Asuntos Exteriores norcoreano por medio de un comunicado hecho público a través de la agencia oficial de noticias KCNA. No han faltado insultos. “El gobierno de Donald Trump es lo suficientemente estúpido como para desplegar un medio de ataque estratégico después de otro en Corea del Sur y proclamando la paz por la fuerza de las armas. Pero Corea del Norte sigue imperturbable”.
En realidad, ni los cuatro buques desplegados por los EE. UU. son suficientes para invadir un país como Corea del Norte ni esta sería rival para un ejército estadounidense que se propusiera en firme invadirla. Las fuerzas armadas norcoreanas están equipadas con vetusto material de desecho procedente de Rusia y China, y aunque cuenta con artillería decente y misiles de corto y medio alcance, es improbable que pudiera resistir más de unas pocas semanas a una guerra abierta contra los EE. UU.
Otra cosa muy diferente es su capacidad para embarrar el campo de juego invadiendo con sus cientos de miles de soldados Seúl, que se encuentra a tan solo unos 25 kilómetros de la frontera, o lanzando una pequeña bomba atómica sobre Corea del Sur o incluso Japón. Si Donald Trump es imprevisible más lo es Kim Jong-un, a quien no se le debe de escapar lo estables que son las dictaduras en tiempos de paz y lo frágiles que son en tiempos de guerra, como demostró el caso de Sadam Hussein, que fue capturado escondido en un miserable agujero tras la caída de su régimen y condenado a muerte por jueces iraquíes.
Las opciones para Donald Trump son varias. Hace unos días la NBC informó de las que le habían sido presentadas por sus asesores militares: devolver a Corea del Sur las bombas atómicas retiradas del país hace 25 años, matar al líder norcoreano y a sus generales con acceso al botón nuclear, o infiltrar fuerzas especiales en el país para que estas saboteen las instalaciones nucleares. Todas ellas serían consideradas como una declaración de guerra por parte de Pyongyang.
Más probable es que el envío del Carl Vinson a la península de Corea sea un mensaje dirigido en realidad a China, sobre la que pesa la responsabilidad oficiosa de contener la fogosidad nuclear de su vecino y castigarlo con sanciones económicas cuando traspasa los límites de lo razonable. Pero Corea del Norte ya conoce la táctica del poli bueno (China) y el poli malo (EE. UU.) y está acostumbrada a conseguir concesiones de todo tipo gesticulando y fingiendo una locura que nadie sabe ya a ciencia cierta si es real o impostada.
Algunos analistas consideran que Trump ha llegado demasiado tarde y que el momento para frenar las ambiciones nucleares de Kim Jong-un ya ha pasado. En esta fase de su programa nuclear cualquier incidente confuso o malinterpretado podría despertar la ira de Corea del Norte y conducir al mundo a una guerra nuclear. Aunque también podría ser que el régimen de Kim Jong-un fuera un cascarón vacío como lo era el de Irak antes de la invasión estadounidense de 2003. Dado el hermetismo de la dictadura coreana y el gatillo fácil que ha mostrado con disidentes y espías, ambas posibilidades son factibles.
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