El exilio es una prolongación del desplazamiento forzado. Más de 400.000 colombianos cruzaron las fronteras para huir de la guerra en los primeros 12 años de este siglo, cuando se recrudeció la violencia de un conflicto armado que involucró guerrillas, paramilitares y fuerzas estatales. Aunque hoy suene paradójico, muchos de ellos encontraron refugio en la vecina Venezuela, que fue durante décadas un país de acogida, y repitieron su tragedia cuando los expulsó el gobierno de Nicolás Maduro.
El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) divulgó este martes en la fronteriza ciudad de Cúcuta el informe “Exilio colombiano: huellas del conflicto armado más allá de las fronteras”, una radiografía que en próximos días la entidad también presentará en Quito, Ciudad de Panamá y Bogotá. El exhaustivo estudio se detiene, además de capítulos dedicados a Ecuador y Panamá, en el episodio de los deportados de 2015, el inicio de la crisis fronteriza entre Colombia y Venezuela que en muchos sentidos se prolonga hasta hoy.
La profunda crisis social y económica de Venezuela, junto con el acuerdo de paz que sellaron en 2016 el Gobierno de Colombia y las FARC, han invertido la tendencia histórica del flujo migratorio entre dos países que comparten más de 2.200 kilómetros de frontera. Hoy se calcula que hay cerca de un millón de venezolanos en Colombia, a los que se suman más de 300.000 retornados. Pero antes fueron los colombianos quienes emigraron en masa a la “Venezuela Saudita” que disfrutaba la bonanza petrolera de los años 70, o los que huyeron desde los 90 de los horrores de un conflicto armado que desbordó las fronteras.
La mayoría de esos exiliados sufrieron antes algún tipo de desplazamiento interno, como Ana Teresa Castillo, líder comunitaria cinco veces desplazada por guerrillas y paramilitares antes de afincarse en 2006 en Venezuela. Allí compró una casa en San Antonio, al otro lado del puente internacional Simón Bolivar, que después le tumbaron. “Había abundancia de comida, de mercado, era la vida perfecta, no había tantos problemas como hoy”, rememora. “La gente me trató muy bien, pero la deportación fue muy dura. A las mujeres les decían que eran prostitutas, a los hombres que eran paramilitares”. De nada sirvió que explicara que ella era refugiada.
Hace una década Colombia llegó a ocupar el tercer lugar en el mundo en cuanto al mayor número de personas refugiadas, después de Afganistán e Irak, detalla el CNMH. “Desde entonces, si bien ha bajado algunos lugares en el escalafón, sigue ocupando el primer lugar en América Latina”. A pesar de los cálculos que se acercan a medio millón de exiliados, la cifra exacta sigue siendo desconocida.
Si se tiene como punto de referencia esta magnitud del fenómeno, apunta el informe, “el exilio representaría el segundo hecho victimizante con mayor número de personas afectadas, después del desplazamiento forzado interno, y tomados en conjunto darían cuenta del panorama de la crisis migratoria forzada colombiana, tanto interna como externa”. Más de medio siglo de conflicto en Colombia ha dejado un saldo de más de 8,5 millones de víctimas, de ellas, más de siete millones de desplazados.
“Queremos rescatar de primera mano las memorias de los exiliados, de sus propias voces. Nunca les hemos preguntado qué significó para ellos cruzar la frontera, cómo fue su vida”, apunta Randolf Laverde, investigador del informe. “La mayoría lo que quiere es participar en este momento histórico que se está viviendo en Colombia, quieren hacer parte de este proceso de construcción de paz”, detalla sobre una población que en gran medida ha permanecido “invisible”.
Las deportaciones de Maduro
El retorno forzado desde Venezuela es una parte de la historia de los exilios colombianos. Las relaciones de solidaridad y hospitalidad entre exiliados crecieron de la mano de los barrios de invasión que se asentaron del otro lado de la frontera. Para la mayoría, "el símbolo de la nueva vida era la casa que habían edificado luego de meses de trabajo con materiales improvisados como la lona, el bloque, tejas de zinc y maderas recicladas”, apunta el CNMH. No podían regresar a Colombia, ni tampoco adentrarse en territorio venezolano por el miedo a ser deportados.
Ese frágil equilibrio voló por los aires a mediados de 2015, cuando el gobierno de Maduro lanzó las Operaciones de Liberación del Pueblo (OLP). En una porosa frontera que es también un corredor para el tráfico de armas, drogas, contrabando y combustibles, las OLP en teoría estaban dirigidas contra el “paramilitarismo colombiano”, pero terminaron convertidas en una escalada contra los colombianos que incluyó inspecciones arbitrarias, intimidación, saqueos y demoliciones. Fue el preludio del cierre de la frontera. El episodio se saldó con la deportación de unas 2.000 personas y el retorno masivo de más de 22.000 que llevaban sus enseres entre pasos, trochas y puentes con la esperanza de reconstruir sus viviendas del otro lado.
Tras el paso de meses y años, algunos malviven en Colombia y otros han regresado a sus hogares saqueados y demolidos en Venezuela a pesar de los riesgos. Todos, afirman los investigadores, son muy sensibles al actual éxodo venezolano porque saben lo que es ser víctimas de xenofobia y discriminación. Castillo, la líder comunitaria, se declara solidaria. “Yo también viví una situación parecida. Y cuando llegué a Venezuela sentí una mano amiga”.
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